"¿Me es lícito atreverme a señalar todavía un último rasgo de mi
naturaleza, el cual me ocasiona una dificultad nada pequeña en el trato con los
hombres? Mi instinto de limpieza posee una susceptibilidad realmente
inquietante, de modo que percibo fisiológicamente -huelo- la proximidad o -¿qué
digo?- lo más íntimo, las «vísceras» de toda alma... Esta sensibilidad me
proporciona antenas psicológicas con las que palpo todos los secretos y los
aprisiono con la mano: ya casi al primer contacto cobro consciencia de la mucha
suciedad escondida
en el fondo de ciertas naturalezas, debida acaso a la mala sangre, pero
recubierto de barniz por la educación. Si mis observaciones son correctas,
también esas naturalezas insoportables para mí limpieza perciben, por su lado,
mi previsora náusea frente a ellas; pero no por esto su olor mejora... Como me
he habituado a ello desde siempre -una extremada pureza para conmigo mismo
constituye el presupuesto de mi existir, yo me muero
en situaciones sucias-, nado y me baño y chapoteo de continuo, si cabe la
expresión, en el agua, en cualquier elemento totalmente transparente y
luminoso. Esto hace que el trato
con seres humanos sea para mí una prueba nada pequeña de paciencia; mi
humanitarismo no consiste en participar del sentimiento de cómo es el hombre,
sino en soportar
el que yo participe de ese sentimiento... Mi humanitarismo es una permanente
victoria sobre mí mismo. - Pero yo necesito soledad,
quiero decir, curación, retorno a mi mismo, respirar un aire libre, ligero y
juguetón... Todo mi Zaratustra es un ditirambo a
la soledad o, si se me ha entendido, a la
pureza... Por suerte, no a la estupidez pura
-Quien tenga ojos para percibir colores, calificará al Zaratustra
de diamantismo. -La náusea
que el hombre, que el «populacho» me producen ha sido siempre mi máximo
peligro... "
Friedrich Nietzsche (Ecce Hommo: Cómo se llega a ser lo que se es / "Por qué yo soy tan sabio", cap.8)
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