10/25/2014

El albatros

A menudo, por divertirse, los hombres de la tripulación
cogen albatros, grandes pájaros de los mares,
que siguen, como indolentes compañeros de viaje,
al navío que se desliza por los abismos amargos.
Apenas les han colocado en las planchas de cubierta,
estos reyes del cielo torpes y vergonzosos,
dejan lastimosamente sus grandes alas blancas
colgando como remos en sus costados.

¡Qué torpe y débil es este alado viajero!
Hace poco tan bello, ¡qué cómico y qué feo!
Uno le provoca dándole con una pipa en el pico,
otro imita, cojeando, al abatido que volaba.

El Poeta es semejante al príncipe de las nubes
que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
desterrado en el suelo en medio de los abucheos,
sus alas de gigante le impiden caminar.

  

- C. Baudelaire                                                                              Las flores del mal (Esplín e ideal, II)   

10/24/2014

A propósito del aguanieve...

Mi vida era ya lo que es hoy: una vida sombría, desordenada y ferozmente solitaria. No tenía relaciones, no cruzaba la palabra con nadie y sólo pensaba en ocultarme en mi rincón. [...]
[...] Ahora me parece que, impulsado por una vanidad desmesurada, me exigía demasiado y me miraba a menudo con una especie de desdeñosa irritación que rayaba a veces en la repugnancia, y así llegué a persuadirme de que los demás me miraban con los mismos ojos. Mi cara me parecía detestable. La veía innoble, e incluso consideraba que tenía cierta expresión cobarde y vil. y justamente por eso, al entrar por la mañana en la cancillería, hacía un gran esfuerzo para adoptar un aire independiente y, temiendo que me creyeran cobarde, trataba de dar a mi rostro una expresión lo más noble posible. [...]
Naturalmente, odiaba y despreciaba a todos los empleados de la cancillería, desde el primero hasta el
último; pero creo que, al mismo tiempo, los temía. A veces, incluso los colocaba por encima de mí. Estas cosas ocurren siempre en mí repentinamente: tan pronto desprecio a una persona como la elevo sobre encima de mí. El hombre honrado y culto no debe ser vanidoso si no extrema el rigor consigo mismo y se desprecia a veces hasta el odio. Pero yo, cualesquiera que fuesen mis sentimientos de desprecio y de respeto, bajaba los ojos siempre ante todo el mundo. Incluso hacía de vez en cuando experimentos. ¿Sería capaz de soportar la mirada de éste o aquél? Pero todas las veces bajaba la mirada. Aquello me atormentaba hasta la locura. [...] [...] Había otra circunstancia que me atormentaba sin cesar. No me parecía a nadie y nadie se parecía a mí. «¡Soy único, mientras ellos, son todos!», me decía. Y al punto empezaba a reflexionar...


- F. Dostoievski                                                                Memorias del subsuelo (2ª parte, cap.1)